domingo, 23 de septiembre de 2007

suicidio artistico.

Ante la remota posibilidad de encontrar un camino justo, que lo llevase a la cúspide de su desarrollo mental, decidió, sin más, quitarse la vida.
Aunque acorde con su personalidad artística; quería que este episodio no fuera recordado tan solo por lo inesperado de su acto, sino también por la pompa y la planificación.
Creyó, erróneamente, que las flores podrían ser un tipo de suicidio que lo llevaría a la paz, más por la belleza del acto que por el desmembramiento de un alma que se va.
Creo su plan, tan arraigado en sus costumbres de arte, que escribió un guión de dicho suicidio, le puso un ambiente acorde y lo alimento de un sinfín de sutilezas que solo un artista podría entender.
Por aquellos días venía saliendo de una seguidilla de reuniones sociales que habían dejado en buen pie su imagen. No es que el tipo, tuviese dinero en demasía, pero tenía ese toque que permite que la mujer se sienta honrada y el hombre respetado.

Tomó entonces las ramas de la vid, se las enrrollo al cuello, pidio la paz a Dionisos. Escupio sutilmente al suelo y junto a eso envio su salto. El resultado fue desastroso, las hojas de la vid se quebraron junto a las ramas, lo que provoco tan sólo que el insigne artista se convirtiera en un esperpajo de tierra molida.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

ALFREDO BRYCE ECHENIQUE- ENSAYOS- ENTRE LA SOLEDAD Y EL AMOR.

El otro y nosotros.

Dos amantes yacen uno al lado del otro, tras el acto de amor. Su soledad es el perfecto ejemplo de lo que suele llamarse "soledad auténticamente saboreada". La satisfacción los devuelve a sí mismos, desenlazando sus brazos y poniendo fin al ardor que los empujó el uno hacia el otro. Sus soledades son paralelas, la imagen misma de dos cuerpos en reposo. Ellas saben que volverán a encontrarse en el tiempo, de la misma manera en que acaban de confundirse totalmente. Y ellas conforman asimismo la promesa recíproca de un reencuentro futuro, basado precisamente en el recuerdo común de pasados ardores y entrelazamientos. Es posible que esta soledad compartida no sea real, ni mucho menos absoluta, sobre todo si la comparamos con aquellas soledades que se viven sin compañía alguna.
La soledad no existe para aquel que puede recordar los momentos en que no estuvo solo y sabe que esos momentos volverán. La otra persona puede estar ausente, pero en cierta medida continúa a nuestro lado. Un ser existe en el recuerdo que conservamos de su presencia y en la confianza que tenemos en su pronto retorno. (...)
No se está forzosamente solo cuando se carece de compañía, ni esta situación implica necesariamente una exclusión del mundo. La soledad, es en realidad, una manera incompleta y única de estar en el mundo. El antiguo mito del andrógino explicaba este hecho a su manera. Los seres humanos son arrastradoas al amor por la inmensa necesidad de volver a encontrar una unidad original. Se busca al otro como si fuese una parte perdida de uno mismo, y como si esa carencia nos causara dolor. " me duele el otro", o, mejor: "me duele en el otro", parece decirnos toda soledad.
La soledad tiene una ligazón muy estrecha con el lenguaje y con las dificultades de espresión. Nos obliga a comunicarnos, pero puede también significar que ya ni queremos ni podemos comunicarnos. En ello, la soledad implica siempre la existencia de otro ser, pero no necesariamente una presencia de la cual podríamos ocultarnos, ni tampoco una presencia que podríamos reclamar incesante y vanamente. Tenemos la convicción de que el otro existe y constatamos que nos hace falta. Es en nosotros mismos, en nuestra convicción íntima de la existencia del otro y en nuestra dolorosa experiencia de su ausencia, donde hace su nido el sentimiento de soledad. Para sentirse solo, es preciso desear ser dos, al menos, o haberlo sido y conservar la nostalgia de ello.
Cargar eternamente el doloroso recuerdo de un ser que ha fallecido es indudablemente la primera forma de estar solo. Sin esa otra persona, sentimos que nuestra existencia esta vacía, muy lejos de una vida plena. Como esa persona nos hace falta, no cesamos en nuestro afán de recrearla, ahora y siempre, a pesar de la evidencia de su desaparición, y a pesar de que parientes y amigos hagan lo posible por acercarnos a ellos. La falta de un solo ser puede lograr que uno no existe para los demás.
La segunda forma de estar solo consiste en organizar la ausencia del otro, en vista de que su mirada nos hace existir, pero sin que podamos hacer nada para controlarla. Extraemos parte de nuestra existencia de esa otra persona, con lo cual en realidad enajenamos parte de nuestra independencia. Es preciso, entonces, escapar a esa mirada para reencontrar o restaurar nuestra independencia. Huimos de la presencia del otro, la tornamos indiferente, para volver a ser dueños de nuestra existencia. Desaparecemos para hacer desaparecer al otro. Al igual que Fígaro, que se apresura a "reírse de todo, para no llorar, por todo", nos damos prisa en estar solos, por temor a estarlo a pesar de nosotros mismos. Nos entregamos a la soledad, aun corriendo el riesgo de acostumbrarnos a ella, de no poder deshacernos más de ella.
La tercera forma de estar solos consiste en hacer un buen uso de la soledad. El otro no existe por sí mismo, pues nosotros no lo vemos nunca como realmente es. Tampoco él nos ve como realmente somos. Concientemente o no, proyectamos instuiciones o ideas sobre todo aquel que se nos acerca. Sin siquiera sospecharlo, un ser imaginario acompaña a un individuo desde el instante mismo en que se presenta ante otro individuo.
Partiendo de nuestras propias esperanzas y desiluciones pasadas, le pedimos inconscientemente al otro que represente un papel en el teatro de nuestra imaginación. Le exigimos que desempeñe un papel ya escrito, al hilo de nuestras experiencias, y, muy en particular, de aquellas que nos marcaron desde la infancia. Si el otro se niega a desempeñar este papel, o lo desempeña mal, muy fácilmente podemos sentirnos solos, descubrirnos solos. Nadie sube al escenario abandonado de nuestros de nuestros deseos, y terminamos así por convertirnos en los desamparados asistentes a un espectáculo cuyas representaciones han sido interrumpidas.
Toda soledad es signo de una decepción íntima La realidad no coincide con lo que esperábamos de ella. La realidad ha decepcionado nuestra imaginación.

Sin duda alguna, la soledad totalmente feliz es algo imposible. Sin embargo, en una trayectoria de maduración individual y cultural, la soledad es positiva. Es en sí un aprendisaje que nos ayuda a asumir nuestras desiluciones y a liberarnos de la obsesiva frecuentación del otro. También nos ayuda a acogerlo sin la necesidad de colocar entre él y nosotros ningún tipo de barrera protectora o aislante. En resumen, sólo mediante este buen uso de nuestra soledad aprenderíamos a vivir tan bien con nosotros mismos como con el otro.